Ascensión al Mont Blanc
Dentro de unas días cumpliré 45 años. Como cada año, hace tiempo que iba pensado en cual quería que fuera mi auto-regalo. Ya sabéis, esos caprichos que uno se compra aun sabiendo que no necesita, pero que se autoregala casi de manera compulsiva.
Este año había pensado en algo diferente y hace meses que decidí regalarme la ascensión al Mont Blanc. Vaya regalo pensaréis algunos de vosotros y la verdad es que a toro pasado tengo que decir que sí: Menudo regalón el de este año!!
Antes del viaje, cuando contaba mis planes para las vacaciones, mucha gente me miraba de manera extraña y me preguntaban cual era el objetivo después de las innumerables malas noticias que hemos tenido este año sobre los Alpes: una avalancha que provocó 8 muertos, montañeros perdidos varios días, etc.
La verdad es que no sabia muy bien qué contestar. Decía que imaginaba que era espíritu de superación, tener alguna meta, un nuevo reto, etc.
Después de haber pisado la cima del Mont Blanc, sigo sin tener muy clara la respuesta, pero lo que tengo claro es que repetiría mañana mismo sin dudarlo un instante a pesar de lo mucho que me costó y sufrí hasta pisar los 4.810 metros de esta cima.
Alguna vez había leído que el alpinismo, y el montañismo en general, tienen muchas cosas en común con las religiones. Será por esa fuerza que nos impulsa a realizar procesiones a lugares imposibles, o a autocastigarnos poniéndonos a prueba en situaciones muy duras físicamente. Y nosotros también tenemos nuestros dioses, aunque tengan nombres de montaña: Mont Blanc, Mulhacén, Aconcagua, Pica d’Estats, Naranjo de Bulnes, etc. Cada cadena montañosa, cada valle, cada cordillera tiene su cima emblemática que cautiva a cientos de personas y que nos anima a coronarla cueste lo que cueste.
Sea cual sea la motivación, las experiencias y emociones vividas en este tipo de ascensiones son inolvidables. Las relaciones que se crean en el grupo son especiales independientemente de las ideológias políticas, creencias religiosas o sexualidad de cada uno de los componentes del equipo. Y eso es lo que hace que este deporte sea para muchos una especie de religión que nos hipnotiza y nos cautiva de forma irracional.
En cuanto a la ascensión al Mont Blanc, son dos duros días de travesía; dos de subida y uno de bajada.
El primero, desde la estación de tren de Mont Lachat hasta el Refugio de Goûter. Este primer día tiene dos partes bien diferenciadas, la primera una sencilla travesía por senderos de montaña hasta el refugio de Tete Rousse y una segunda parte mucho más compleja que va desde este refugio hasta el Refugio de Goûter. En esta segunda mitad hay que salvar un desnivel de unos 500 metros aproximadamente a través de un trepadero bastante vertical. El mayor peligro de esta zona es la caída de piedras que se produce debido a la gran afluencia de alpinistas. Este primer día el desnivel a salvar es de 1.800 metros, de los cuales los últimos 500 se realizan a través de esta pared conocida como «La Bolera».
El segundo día es el más duro físicamente. Se comienza la jornada de madrugada, entre las 2 y las 3 de la mañana. Ante nosotros tenemos 1.000 metros de subida hasta la cima, que a priori no parece que sean excesivos, pero rápidamente descubrimos que a partir de los 4.000 metros de altura nuestro pulso se acelera, la respiración se entrecorta y nuestras piernas responden como si arrastráramos pesadas cadenas.
La ascensión es larga y agotadora y poco a poco vamos ganado altura mientras observamos el amanecer y como cambian los colores según el sol comienza a asomar por el horizonte. Observamos la inmensa sombra del Mont Blanc sobre la Tierra. Recorremos las aristas heladas donde fuertes vientos nos sacuden. Y cuando crees que ya no puedes más, entonces, al levantar la vista observas una gran explanada soleada, en calma… Te cercioras de que ya no hay por donde seguir ascendiendo: has llegado a los ansiados 4.810 metros de altura del emblemático Mont Blanc. Y en ese instante desaparece el dolor, el cansancio…. Estás pisando el techo del viejo continente y la emoción te humedece los ojos y te quiebra la voz. Es momento de celebrarlo con los compañeros de cordada.
A partir de aquí solo hay que descender de una tirada hasta la estación de tren de la que te separan 2.800 metros de desnivel. Así que manos a la obra, la bajada es larga y dura pero los recuerdos de la ascensión y la experiencia vivida la hacen más llevadera.
Para acabar un especial recuerdo a mis compañeros de cordada: Conchi, Guillermo, Carmen, Manel y Lobo sin los que no habría sido posible esta aventura.
Gracias a Lobo por su profesionalidad y saber hacer. Un súper abrazo al increíble Guillermo que no pudo llegar hasta la cima porque la altura le jugó una mala pasada: Guille, nuevas cimas y retos nos esperan en futuras ocasiones, sin duda. A Conchi por hacernos reír y no perder la alegría ni el optimismo hasta en los momentos más difíciles. A Carmen por hacernos de médica particular y aguantar nuestras neuras siempre con una sonrisa en los labios. Y a mi inseparable compañero Manel, sin el apoyo de él nunca hubiera pisado la cima del Mont Blanc.
A todos vosotros 4.810 millones de GRACIAS.